La Palmilla Oriente. Notas sobre la apropiación gráfica de un territorio.



Lo mejor es la creación, la invención de nuevos universos de referencia.

Félix Guattari.                                         


El proyecto “La Palmilla Oriente”, ideado por Cristian Tejo y emplazado en la comuna de Conchalí, más allá de ser una propuesta artística de sesgo relacional o participativa, se manifiesta como un dispositivo social que busca, por medio de la reactivación política de imaginarios residuales, reducir los márgenes de desigualdad que articulan o axiomatizan lo social en nuestro Chile neoliberal. Me refiero específicamente a que la propuesta de Tejo se presenta como un agenciamiento estético que desea poner en entredicho el conjunto de asimetrías políticas que determinan el lugar que se nos asigna en el mapa urbano y la posición social con la cual debemos comparecer frente al otro.

Por ello el núcleo temático de esta primera exposición es la puesta en valor de los imaginarios castigados por el sistema, es decir, ese archivo de imágenes, objetos y registros audiovisuales que, para el Chile transparente, moderno, global y en constante crecimiento económico, no tienen posibilidad de ser sometidos a dinámicas de rentabilidad política ni tampoco a procesos de mercantilización. En efecto, lo archivado por Cristian Tejo son aquellos arquetipos sociales que la higiene neoliberal no puede tolerar o no ha sido capaz de borrar; un conjunto de espectros gráficos que insisten en mostrar un Chile alborotado por los signos de lo popular y los grafemas de la cultura barrial. Lo que se muestra, entonces, es un paisaje de resistencias visuales o, más radicalmente, habría que decir, el conjunto de imagos militantes que la comunidad atesora para evitar el despoblamiento simbólico de su inconsciente colectivo.

Desde esta perspectiva, lo que nos plantea el artista desborda la tematización de la memoria como pérdida o falta irreparable, sobre todo si se toma en cuenta que lo recopilado no tiene como objetivo sumirnos en un universo visual dramatizado por la pérdida o la ausencia de recuerdos comunitarios, sino que, más bien, lo puesto en la calle, en la sala y en la comuna es la potencia o el exceso retórica de una memoria contingente que se reflexiona a sí misma desde su compleja actualidad mítico-relacional.

De este modo, las imágenes del pasado -el equipo de fútbol emblemático del barrio, el jinete renombrado de la comuna, las fachadas de las casas, los objetos encontrados y los relatos hablados por los habitantes del lugar- hacen funcionar una máquina etnográfica que cuestiona directamente el sustrato ideológico que se oculta detrás de nuestros criterios de valor y de nuestras matrices identitarias.

Esta situación se refleja en la apariencia museológica del montaje, la cual, sin promover un lazo fetichista con las piezas y sin ficcionar cronologías o narrativas que reduzcan la polivocidad semiótica de las imágenes, construye en la sala un espacio que invita a los visitantes a crear palabras y elaborar perspectivas que potencien sus modos locales de ver y hablar el mundo.

Pues es de destacar que las dimensiones sociológicas de la propuesta visual de Cristian Tejo son indisociables de su investigación sobre el potencial semántico contenido en los lenguajes gráficos periféricos al sistema institucional de las artes. Durante su residencia en la Universidad de Chile, el artista no ha dejado de recolectar y procesar etiquetas de productos Fruna, diseños históricos como la niña mapuche de Leche Sur, boletas de los almacenes de su barrio, tipografías de letreros de las micros que manejó su tío y un sinfín de signos que reclaman su potestad en la formación de nuestra cultura visual.

Con estos cuerpos gráficos, Tejo no sólo intenta explorar los alcances políticos de su biografía, sino que, principalmente, establece con la tradición gráfica de la vanguardia chilena un diálogo estratégico, por medio del cual se logre relevar su coeficiente de criticidad y prolongar sus efectos analíticos. Estos aspectos de su praxis nos indican que lo buscado por el artista no es tratar temas políticos, sino transformar sus ejercicios gráficos en acciones que devuelvan a la política su extraviado espesor simbólico. Y es por eso que, para finalizar, yo diría que no estamos en frente de un artista de lo político, sino que estamos en frente de un gráfico militante.




Mauricio Bravo

Artista visual y Docente de la Universidad de Chile.